viernes, 29 de mayo de 2009

El humo inconforme, 2ª parte y final

Sigue a ritmo lento, como cuando se hace el amor con la persona amada, y se sabe que es la última vez. Este hombre ha roto la solemnidad del acto y acaricia al oso celeste en el lomo, le llevan cerveza. Convengo en que los actos no deben ser solemnes, y me refiero a todos. Empieza a agradarme, por eso, por quebrar la norma. Ahora nos invita a caminar la utopía, a amar la belleza del absurdo, a vivir el eterno presente, a luchar por los derechos de soñar, de crear, de no olvidar..... y a reivindicar la ternura. Todo en lecturas redondas, en comentarios redondos, en sentimientos redondos.
Y el oso ya es azul.

Empiezan las preguntas. Un viejo levanta la mano y no le dan la palabra. Lo que empezó sin esperanza ha adquirido fuerza y no quiere terminar. Un viejo levanta la mano y no le dan la palabra. Ya casi nadie fuma y muero lentamente, me integro al ambiente. Un viejo levanta la mano y no le dan la palabra. Las preguntas reclaman venas y él las relega. Un viejo levanta la mano y no le dan la palabra. El micrófono se lo traga el oso azul. Un viejo levanta la mano..... y le dan la palabra. El viejo no pregunta, afirma. Entrega su existencia en ochenta cuartillas, van llenas de universo, todas a renglón cerrado, sin ortografía ni sintaxis, la vida no las necesita. Y hay aplausos y lágrimas y emociones y el oso se para y el fuego acude a los cigarrillos, a los cigarros, a las pipas,
y vuelvo a vivir, fuerte.

Me condenso en el frío, embriagado por compartir una noche redonda. El oso azul se retira. Todo termina y voy a devolverle al tiempo este pedazo de eternidad. Escapo hacia ella y, mientras me alejo del Minotauro, veo que le lee esos textos redondos al toro blanco, con el convencimiento —él lo manifiesta— de que está salvando la literatura universal. El toro yace esperando la parca, transpira vino, fuma, vivo, los bufidos son su único comentario. Se disipan, como yo, las madrugadas de gruñidos ininteligibles, hasta que llega una en la que se le entiende algo al bravo toro, que onettiza: las únicas palabras que tienen derecho a existir, son las mejores que el silencio.

Y apaga el cigarro
y se elevan las últimas volutas de humo
y muere

y yo

también muero
en la tibia bruma matutina.

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