miércoles, 27 de mayo de 2009

El humo inconforme, 1ª parte

Eduardo Galeano en la Bodeguita del Centro

La tarde se funde. Los cigarrillos encendidos me hacen vivir. El hombre sube al frente con una cerveza en la mano, va a hablar de sus hijos. ¡Qué aburrido!, bostezo. Le acompañan tres monolitos colegiados, dos solemnes y el tercero no tanto. El oso celeste busca acomodo e intenta el silencio. Aumentan los cigarrillos encendidos, y mi vida, el oso está sediento. En un momento me percato que no es el mejor lugar para compartir pasiones, deseo huir pero algo me atrapa. Y es que establecer una relación con ella es un placer onanista; y un suegro estorba, y el oso celeste me confunde. Además, ¿de qué sirve que nos explique a su hija? Admiro su belleza y por eso la busco a solas. Aunque hay padres especiales y debo admitir que éste lo es, pues empieza reconociendo que sus hijos tienen vida propia y que, a estas alturas, ya no puede agregarles nada. Y más interesante, se reconoce como el penúltimo eslabón.

La aventura sigue pausada, el oso entra al laberinto de la mano del Minotauro. Me niego a continuar y añoro el aire libre, aunque eso signifique la muerte. Deseo escapar al calor, los vasos con hielo me lo impiden. De pronto me veo atrapado en un cuerpo ajeno, me apropio de él y busco huir en mi nuevo forma. Recuerdo a Icaro, construyo algo semejante y se derrite al calor del recinto, por suerte sin haber empezado a volar, y tiemblo. Me exhalan del cuerpo extraño. Hay frío, me condenso. Amo el aire enrarecido, es mío. Pero detesto la multitud, por eso evito el estadio.

Y él empieza leyendo fútbol y esto es el colmo y sospecho aburrimiento y se explaya en la pelota y el aficionado corre y el jugador grita y el árbitro protesta y es el acabose y quiero irme y no puedo volar y el oso ronronea y se acomoda y el silencio espera y hay un susurro a gol y se quiebra la primera carcajada y la incredulidad se esparce y llegan los comentarios y el oso asiente y va una nueva propuesta y ésta cae redonda y se rompe en carcajadas y unos ríen porque entienden y otros porque los primeros lo hacen y unos cuantos penetran la ironía,

y sonríen.

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